No he escrito desde hace unos días porque han sido días, bueno, muy ocupados. Por decir algo. Además nos quedamos sin internet. Y sin luz, y sin algunas otras cosas, incluyendo un par de guardias de seguridad, que desaparecieron al ir a investigar una alarma que sonaba en una de las viejas cámaras de congelados del sótano. De algún modo el blog me empieza a parecer una labor necesaria más que un hobby. A ver cómo os lo cuento sin que suene muy raro...
Yo quería un café.
Desde el incidente del café púrpura no me atrevo a entrar al laboratorio de al lado. En la cafetería se negaban a servir café a nadie por, y cito, "debugging de la cafetera". En mi laboratorio no podemos poner cafetera porque en cuanto enchufas una se apagan todos los PCRs. Así que iba yo con mala cara por los pasillos cuando me crucé con Mikhail, que trabaja en quimeras víricas y siempre parece de buen humor. Le conté mis cuitas.
—Pero mujer —me dijo—, si han instalado una máquina de café estupenda al lado de Genética del Desarrollo.
—¡Genial! —exclamé— ¿Dónde está Genética del Desarrollo?
—A ver —Mikhail tomó aire—, baja las escaleras, luego sube atravesando por el pasillo de mantenimiento, baja otra vez por donde la ultracentrífuga...
—¿La nueva?
—No, la vieja.
—¿La que explotó?
—Esa. La pasas, ojo con el socavón, y luego por el pasillo a la izquierda otra vez, síguelo todo el rato, cruza el paso elevado, luego baja las escaleras hasta el sótano (¡ni se te ocurra tomar el ascensor!) y sigue recto hasta la puerta que pone "NO PASAR", entra, y entonces es la primera a la izquierda, tercera a la derecha, primera a la derecha otra vez. Verás un callejón sin salida a la derecha, pues ahí está.
Para GeneSys esto es una ruta fácil y directa. Le di las gracias mientras echaba a correr por los pasillos.
La máquina era enorme, reluciente, llena de lucecitas de colores, y ofrecía unas cuatrocientas variedades de café. Estaba yo inmersa en una agonía de indecisión cuando algo me golpeó, fuerte. No sé describirlo salvo diciendo que fue un ruido que sentí con todo mi cuerpo. Cuando mis sentidos volvieron cada uno a su lugar me encontré sentada en el suelo, desorientada, y con un vaso de capuccino en la mano. Vacío, claro. El capuccino estaba ocupado distribuyéndose por mi bata, y quemaba.
No era lo único que quemaba. A unos quince metros, por una puerta entreabierta, se deslizaba una humareda blanca y una ristra de tacos y toses.
Me levanté, aunque mis rodillas parecían querer doblarse hacia el otro lado, y entré a la sala, dándome de bruces con un hombre que, mostrando más sentido común que yo en ese momento, intentaba salir. Ni qué decir tiene que chocamos, y por segunda vez di con mis huesos en el suelo.
—¡Fuera, fuera, fuera! —gritó él, cogiéndome de un codo y tirando de mí hasta ponerme en pie. Trastabillamos juntos por el pasillo hasta la esquina donde estaba el café y trabamos conocimiento a base de toser con ganas durante un minuto. El laboratorio incendiado se llenó de espuma antiincendios. La alarma empezó a sonar, chirrió, y se detuvo con un largo gemido. GeneSys. Qué os voy a contar, a estas alturas.
—¿Qué ha pasado? —grazné cuando recuperé algo de voz.
—Autoclave —dijo él. Si hubiera tenido que describirlo en ese momento, hubiera dicho "desenfocado": me lloraban los ojos—. Ha estallado uno. Puede que dos.
—No había nadie más dentro, espero...
—No —dijo él entre jadeos—. Estaba yo solo.
—¿Y por qué —tosí un poco más— te dedicas a hacer estallar autoclaves?
— No es adrede — replicó, sonando un poco ofendido—. Estaba intentando matar unas muestras.
Miré con tristeza mi bata manchada de humo y capuccino.
—Vaya muestras deben ser.
—Son del doctor Jin Yu Dai —dijo, como si eso fuera explicación suficiente. Me encogí de hombros y él me miró como si acabara de llegar de Marte.
—¿No conoces al doctor Jin Yu Dai?
—¿Debería?
—Creía que todos en GeneSys le conocían. Es exobiólogo. Bueno, entre bastantes otras cosas. En todo caso, está trabajando en mutaciones del ciclo celular en bacterias.
—Medio GeneSys lo está —puntualicé, y él sonrió.
—Yo soy su estudiante de doctorado. El único que le queda, a estas alturas —dijo— , y te puedo decir que medio GeneSys no está obteniendo sus resultados. Yo estaba intentando matar algunas de las cepas que hemos estado usando en los últimos experimentos, y, bueno, se ve que he forzado el autoclave más de lo que debería.
Me quedé mirándole un minuto. Ahora que estaba más enfocado, me di cuenta de que lo conocía de cruzármelo a veces por la cafetería. ¿Cómo se llamaba...? ¿Ben, Bill, Boyd...? Algo con B.
— ¿El autoclave no las mata?
Negó con la cabeza y pareció arrepentirse de ello. Si le dolía como a mí, podía entenderlo.
—Sólo forzándolo al máximo. No las mata el ácido, ni el hipoclorito, ni el fenol. El peróxido impide que se reproduzcan, pero a unas concentraciones tremendas.
Silbé bajito.
—¿Y cómo obtienes el ADN?
—En ello estamos —dijo, sonriendo. Luego miró la puerta del laboratorio, por la que se deslizaban algunos icebergs de espuma hacia el pasillo, y suspiró—. Tendré que decirle que ha vuelto a pasar.
—Um. ¿Cuántas veces ha estallado vuestro laboratorio?
—Cuatro, cinco... Al cabo de unas cuantas las conmociones cerebrales te hacen perder la cuenta —dijo, y me guiñó un ojo—. No, no es para tanto. Eran autoclaves viejos. Lo malo va a ser recuperar las muestras y ver si ha funcionado o no. El doctor tendrá que hacer un informe, y adivina quién tendrá que limpiar.
—El estudiante de doctorado —recité, y sonreí a mi pesar—. Parece que tenéis entre manos un proyecto bastante radical, hasta para GeneSys.
—Yo de momento me conformo con conseguir una miniprep en condiciones. El resto es cosa del doctor Jin Yu.
—Ya veo por qué estáis en el sótano, entonces.
Se rió, y yo pensé durante un momento en sacar otro café de la máquina. Pero a pesar de lo molón que quedaría sacarse un café de máquina tras una explosión, así en plan "aquí no ha pasado nada", lo que en realidad me apetecía era un cuenco de aspirinas.
Mi compañero de aventuras estaba mirando hacia el laboratorio con la expresión agobiada de cualquier doctorando que sabe que va a tener que poner al día la libreta de laboratorio pero no tiene ni idea de cómo.
—Tendréis que avisar a dirección. Quiero decir, esto es GeneSys, pero las cosas no explotan tan a menudo como para que sea el pan nuestro de cada día —dije.
—Sí, lo sé. Se lo diré al doctor. Él se encarga de estas cosas.
—Igual que de mantener informada a Dirección de sus experimentos —dije, terminando en una nota levemente interrogativa. No sé por qué lo dije. Quizá es que el concepto de "bacterias inmortales" me ponía un poco nerviosa. El doctorando B (¿Brad? ¿Bob? ¿Bastian?) me miró de reojo.
—Por supuesto. Bueno, gracias por, eh...
—¿Por intentar entrar en un laboratorio en llamas? —terminé con ironía. He hecho cosas más estúpidas, pero en ese momento no podía recordar cuáles. B sonrió.
—Y por el rato de charla. Me ha ayudado a calmarme, pero ahora...
—... Tienes que buscar tus muestras.
Asintió, me tendió la mano, se la estreché, y deshice el camino hacia mi laboratorio. Mikhail me vio llegar y fue abriendo cada vez más los ojos ante mi bata hecha un asco, mi cara manchada, y la ausencia de café en mi mano. Yo reuní toda la dignidad que pude y caminé con serena elegancia hacia las duchas.
¿Y por qué os cuento esto? Porque es importante, teniendo en cuenta todo lo que ocurrió después.