martes, 30 de abril de 2013

El laboratorio del doctor Jin


No he escrito desde hace unos días porque han sido días, bueno, muy ocupados. Por decir algo. Además nos quedamos sin internet. Y sin luz, y sin algunas otras cosas, incluyendo un par de guardias de seguridad, que desaparecieron al ir a investigar una alarma que sonaba en una de las viejas cámaras de congelados del sótano. De algún modo el blog me empieza a parecer una labor necesaria más que un hobby. A ver cómo os lo cuento sin que suene muy raro...
Yo quería un café.
Desde el incidente del café púrpura no me atrevo a entrar al laboratorio de al lado. En la cafetería se negaban a servir café a nadie por, y cito, "debugging de la cafetera". En mi laboratorio no podemos poner cafetera porque en cuanto enchufas una se apagan todos los PCRs. Así que iba yo con mala cara por los pasillos cuando me crucé con Mikhail, que trabaja en quimeras víricas y siempre parece de buen humor. Le conté mis cuitas.
—Pero mujer —me dijo—, si han instalado una máquina de café estupenda al lado de Genética del Desarrollo.
—¡Genial! —exclamé— ¿Dónde está Genética del Desarrollo?
—A ver —Mikhail tomó aire—, baja las escaleras, luego sube atravesando por el pasillo de mantenimiento, baja otra vez por donde la ultracentrífuga...
—¿La nueva?
—No, la vieja.
—¿La que explotó?
—Esa. La pasas, ojo con el socavón, y luego por el pasillo a la izquierda otra vez, síguelo todo el rato, cruza el paso elevado, luego baja las escaleras hasta el sótano (¡ni se te ocurra tomar el ascensor!) y sigue recto hasta la puerta que pone "NO PASAR", entra, y entonces es la primera a la izquierda, tercera a la derecha, primera a la derecha otra vez. Verás un callejón sin salida a la derecha, pues ahí está.
Para GeneSys esto es una ruta fácil y directa. Le di las gracias mientras echaba a correr por los pasillos.
La máquina era enorme, reluciente, llena de lucecitas de colores, y ofrecía unas cuatrocientas variedades de café. Estaba yo inmersa en una agonía de indecisión cuando algo me golpeó, fuerte. No sé describirlo salvo diciendo que fue un ruido que sentí con todo mi cuerpo. Cuando mis sentidos volvieron cada uno a su lugar me encontré sentada en el suelo, desorientada, y con un vaso de capuccino en la mano. Vacío, claro. El capuccino estaba ocupado distribuyéndose por mi bata, y quemaba.
No era lo único que quemaba. A unos quince metros, por una puerta entreabierta, se deslizaba una humareda blanca y una ristra de tacos y toses.
Me levanté, aunque mis rodillas parecían querer doblarse hacia el otro lado, y entré a la sala, dándome de bruces con un hombre que, mostrando más sentido común que yo en ese momento, intentaba salir. Ni qué decir tiene que chocamos, y por segunda vez di con mis huesos en el suelo.
—¡Fuera, fuera, fuera! —gritó él, cogiéndome de un codo y tirando de mí hasta ponerme en pie. Trastabillamos juntos por el pasillo hasta la esquina donde estaba el café y trabamos conocimiento a base de toser con ganas durante un minuto.  El laboratorio incendiado se llenó de espuma antiincendios. La alarma empezó a sonar, chirrió, y se detuvo con un largo gemido. GeneSys. Qué os voy a contar, a estas alturas.
—¿Qué ha pasado? —grazné cuando recuperé algo de voz.
—Autoclave —dijo él. Si hubiera tenido que describirlo en ese momento, hubiera dicho "desenfocado": me lloraban los ojos—. Ha estallado uno. Puede que dos.
—No había nadie más dentro, espero...
—No —dijo él entre jadeos—. Estaba yo solo.
—¿Y por qué —tosí un poco más— te dedicas a hacer estallar autoclaves?
— No es adrede — replicó, sonando un poco ofendido—. Estaba intentando matar unas muestras.
Miré con tristeza mi bata manchada de humo y capuccino.
—Vaya muestras deben ser.
—Son del doctor Jin Yu Dai —dijo, como si eso fuera explicación suficiente. Me encogí de hombros y él me miró como si acabara de llegar de Marte.
—¿No conoces al doctor Jin Yu Dai?
—¿Debería?
—Creía que todos en GeneSys le conocían. Es exobiólogo. Bueno, entre bastantes otras cosas. En todo caso, está trabajando en mutaciones del ciclo celular en bacterias.
—Medio GeneSys lo está —puntualicé, y él sonrió.
—Yo soy su estudiante de doctorado. El único que le queda, a estas alturas —dijo— , y te puedo decir que medio GeneSys no está obteniendo sus resultados. Yo estaba intentando matar algunas de las cepas que hemos estado usando en los últimos experimentos, y, bueno, se ve que he forzado el autoclave más de lo que debería.
Me quedé mirándole un minuto. Ahora que estaba más enfocado, me di cuenta de que lo conocía de cruzármelo a veces por la cafetería. ¿Cómo se llamaba...? ¿Ben, Bill, Boyd...? Algo con B.
— ¿El autoclave no las mata?
Negó con la cabeza y pareció arrepentirse de ello. Si le dolía como a mí, podía entenderlo.
—Sólo forzándolo al máximo. No las mata el ácido, ni el hipoclorito, ni el fenol. El peróxido impide que se reproduzcan, pero a unas concentraciones tremendas.
Silbé bajito.
—¿Y cómo obtienes el ADN?
—En ello estamos —dijo, sonriendo. Luego miró la puerta del laboratorio, por la que se deslizaban algunos icebergs de espuma hacia el pasillo, y suspiró—. Tendré que decirle que ha vuelto a pasar.
—Um. ¿Cuántas veces ha estallado vuestro laboratorio?
—Cuatro, cinco... Al cabo de unas cuantas las conmociones cerebrales te hacen perder la cuenta —dijo, y me guiñó un ojo—. No, no es para tanto. Eran autoclaves viejos. Lo malo va a ser recuperar las muestras y ver si ha funcionado o no. El doctor tendrá que hacer un informe, y adivina quién tendrá que limpiar.
—El estudiante de doctorado —recité, y sonreí a mi pesar—. Parece que tenéis entre manos un proyecto bastante radical, hasta para GeneSys.
—Yo de momento me conformo con conseguir una miniprep en condiciones. El resto es cosa del doctor Jin Yu.
—Ya veo por qué estáis en el sótano, entonces.
Se rió, y yo pensé durante un momento en sacar otro café de la máquina. Pero a pesar de lo molón que quedaría sacarse un café de máquina tras una explosión, así en plan "aquí no ha pasado nada", lo que en realidad me apetecía era un cuenco de aspirinas.
Mi compañero de aventuras estaba mirando hacia el laboratorio con la expresión agobiada de cualquier doctorando que sabe que va a tener que poner al día la libreta de laboratorio pero no tiene ni idea de cómo. 
—Tendréis que avisar a dirección. Quiero decir, esto es GeneSys, pero las cosas no explotan tan a menudo como para que sea el pan nuestro de cada día —dije.
—Sí, lo sé. Se lo diré al doctor. Él se encarga de estas cosas.
—Igual que de mantener informada a Dirección de sus experimentos —dije, terminando en una nota levemente interrogativa. No sé por qué lo dije. Quizá es que el concepto de "bacterias inmortales" me ponía un poco nerviosa. El doctorando B (¿Brad? ¿Bob? ¿Bastian?) me miró de reojo.
—Por supuesto. Bueno, gracias por, eh...
—¿Por intentar entrar en un laboratorio en llamas? —terminé con ironía. He hecho cosas más estúpidas, pero en ese momento no podía recordar cuáles. B sonrió.
—Y por el rato de charla. Me ha ayudado a calmarme, pero ahora...
—... Tienes que buscar tus muestras.
Asintió, me tendió la mano, se la estreché, y deshice el camino hacia mi laboratorio. Mikhail me vio llegar y fue abriendo cada vez más los ojos ante mi bata hecha un asco, mi cara manchada, y la ausencia de café en mi mano. Yo reuní toda la dignidad que pude y caminé con serena elegancia hacia las duchas.
¿Y por qué os cuento esto? Porque es importante, teniendo en cuenta todo lo que ocurrió después.

martes, 23 de abril de 2013

Política y telefonía


Dado que GeneSys está (como ya comenté) en los terrenos de lo que fuera un gigantesco complejo religioso, no sólo los edificios nos recuerdan el pasado. Gran parte del personal administrativo viene de los días del predicador Roberts (llamado cariñosamente R.R. por sus feligreses, que a su vez eran llamados, en traducción libre, "viles e impíos pecadores indignos de recoger las migajas que caen de la cena del Señor" por el simpático R.R., pero esa es otra historia). Una de las capillitas sigue en uso para servicios religiosos, ahora en minoría, y el Departamento de Matemáticas ayudó a diseñar un horario que permite el máximo número de servicios al día con la mínima pérdida posible de horas de trabajo del personal. La cosa funciona realmente bien y todo el mundo está contento, o casi. Algunos de los empleados ven con disgusto la presencia de GeneSys en los terrenos de lo que fuera su iglesia y, aunque no han dimitido, demuestran su enfado de maneras a veces algo raras. Por ejemplo, Loralee, de Contabilidad. Este es su mensaje de contestador, precedido por las primeras notas de "Oh Señor, más cerca de ti": 
"Hola, soy Loralee. En estos momentos no puedo atenderte. Deja tu número y te llamaré lo antes posible. Quiero que sepas que siempre estarás en mis pensamientos y oraciones y que no importa lo que hayas hecho en la vida, Jesús está siempre dispuesto a acogerte. Bendito seas, y recuerda, una bendición puede ayudar a alguien a que su día sea más llevadero.
Después de esto suelo colgar con un vago sentimiento de culpa.
Loralee no es un ejemplo aislado, y ni siquiera es el peor. La tasa de accidentes laborales en GeneSys deja chiquita a la del USS Enterprise. Las instalaciones han sido diseñadas por alguien con más imaginación que conocimiento.  Las campanas de gases, por ejemplo, ventilan unas en otras. Lo racional sería arreglarlo, ¿no? Bueno, pues lo que han hecho es instalar un nuevo modelo de detector (inventado aquí) para avisar de la presencia de cancerígenos, mutágenos, policíclicos aromáticos y otros simpáticos compuestos en el aire, y que así podamos evacuar la sala afectada. Salvo que mi ruta de evacuación pasa por una parte del sótano donde los del Laboratorio de Hiperdesarrollo guardan los bidones de residuo orgánico de sus experimentos, que no pueden tirar a ningún lado porque ningún gestor del universo sabe qué hacer con ellos. La última vez que pasé por allí juro que uno de los bidones se movió un poquito.
Conviene dejar claro que GeneSys tiene una política de prioridades muy clara: primero, la ciencia. Luego, la seguridad. Qué horror, diréis. Pues eso pensé yo al principio, pero ahora pienso que según. Porque gracias a algunas de las ideas y productos de GeneSys se han evitado un par de incidentes muy, muy feos que hubieran tenido consecuencias muy graves para la población de como mínimo todo el Medio Oeste de Estados Unidos. 


La contrapartida es que gracias esta política bastante, um, directa, en GeneSys hemos vivido muchos momentos que probablemente incluso un Terminator consideraría algo estresantes. La invasión de palomas fue uno de ellos, la toma de las instalaciones sanitarias por un extraño moco rosa fue otro. No te aburres aquí. Supongo que la gente como Loralee tampoco se aburre porque ven mucho más cerca el Juicio Final, o algo así.

lunes, 22 de abril de 2013

Por qué no es prudente investigar las cosas demasiado en serio


El asunto de la cafetera y del café púrpura ha tenido un desenlace inesperado y algo confuso que puede que cuente luego. Pero no me resisto a transcribiros, más o menos, la escena que tuvo lugar ayer por la mañana. 
Estaba yo en el laboratorio cuando entró al galope Giacomo Orreri (nombres cambiados para la protección de los culpables). 
—¡Lo tengo! ¡Lo encontré! 
Esta es la frase habitual de presentación de Giacomo en cualquier circunstancia; ya estoy acostumbrada. 
—¿Qué has encontrado? —dije con calma. 
—¡Todo, la respuesta a todo! O al menos al colapso de nuestro modo de vida, ¡no lo dudes! Dime, ¿cuál es, hoy por hoy, el objeto cotidiano más útil de nuestra civilización? 
—Sorpréndeme —dije, reprimiendo el impulso de apartarme un poco de Giacomo, que solía puntuar todas sus explicaciones con aspavientos dignos de Gene Kelly y una aspersión de saliva capaz de terminar con la sequía de un país mediano. 
Giacomo extrajo algo blanco y leve de un bolsillo y lo mostró con orgullo. Lo miré un segundo en silencio. 
—Es un... kleenex. 
—¡Exacto! Útil, cómodo, ligero, portátil... —Giacomo se sonó ruidosamente la nariz y luego agitó en el aire el kleenex. Yo me aparté un poco—. Y ahora, totalmente inútil. Usado. Gastado. Un peso más que añadir a nuestro pobre planeta. 
El kleenex salió volando en dirección a mi papelera, falló, y cayó al suelo con un ruido húmedo. Giacomo no hizo caso. Yo sí. 
—¿Puedes imaginar cuántos kleenex se usan cada día, sólo en Estados Unidos? ¡Miles! ¡Millones! ¡Billones! ¡El derroche, el gasto, el despilfarro! —Giacomo se tiraba de los pelos, auténticamente angustiado, cuando de pronto una sonrisa beatífica le iluminó el semblante. Parecía un profeta del desierto que ve llegar a los pájaros trayéndole el almuerzo.
—Y entonces se me ocurrió. La solución. Simple, elegante, ecológica, ¡perfecta! 
Nuevamente un objeto blanco fue agitado triunfalmente ante mis ojos. 
—¿Otro kleenex? —aventuré tímidamente. 
—¡El Ecokleenex! El principio es el mismo, pero con una sutil diferencia —me alargó el kleenex para que lo examinara. Giacomo sonreía de oreja a oreja y relucía de orgullo. 
—Observarás que el tamaño es algo mayor de lo normal, lo que ofrece una ergonomía más eficiente. Lo mejor es que después de cada uso es posible un reciclaje completo del producto, por su composición de fibras vegetales higroscópicas e insolubles. Con un número reducido de unidades, no es problema que parte de ellas estén en la fase de recuperación del ciclo. 
—Impresionante, Giacomo —dije, devolviéndole su hallazgo. 
—¿Verdad que sí? 
—Pocas veces me habías sorprendido tanto. De todas formas, y como medida de precaución, yo de ti consultaría la base de datos de patentes. 
—Oh, puro trámite, puro trámite... Estas inspiraciones no se dan muy a menudo. 
—Sin duda. Aun así, hazme ese favor. Por mi tranquilidad más que nada —dije, guiándole suavemente hacia la puerta-—. No me gustaría que te quedaras atascado por algún estúpido problema burocrático. 
—Tienes razón, tienes razón. Burocrático. No puede ser. Voy a mirar, sí. Gracias, gracias, eres una amiga. 
—No sabes cuánto. Hale, ya me contarás. 
Giacomo se fue murmurando detalles técnicos para sí y yo cerré la puerta cuidadosamente tras el inventor del pañuelo de tela. Perdón: Ecokleenex
Giacomo no está loco, aunque pueda parecerlo; es simplemente incapaz de procesar la información del mundo exterior. Demasiado creativo. Tiene a su nombre varias patentes que le dan unos buenos ingresos, pero no puede parar de inventar. El problema es que no tiene ni idea de cómo funciona el mundo real y probablemente tampoco sepa lo que es. Cuando está fuera de su banco de trabajo tiene la capacidad de concentración de un cubito de hielo.  No pasará mucho tiempo antes de que Giacomo se de cuenta de que no ha inventado nada nuevo. Seguramente usará su nuevo invento para enjugarse las lágrimas y se pondrá a inventar otra cosa. Quizá el sacacorchos, quién sabe.
¿Entendéis ahora por qué me encanta trabajar en GeneSys?

domingo, 21 de abril de 2013

En busca del café

Lo bueno de trabajar en una ciudad-iglesia reconvertida en centro de investigación es que la sala de conferencias está en la Iglesia central, con muchísimo espacio para la pantalla y convenientes capillitas laterales con café y galletas. Lo malo es que hace un frío que pela. 
Y lo kafkiano es que de vez en cuando Adam McBride, que estudia teoría del caos, aparece de sopetón desde detrás de una esquina del transepto y grita "Hah!" a la vez que casi te desnariga al capturar una mosca en un bote de mermelada (quiere hacer un experimento sobre patrones de vuelo de las moscas en presencia de uno de esos trastos que se las cargan a base de descargas eléctricas. A mí no me miren).
***
Resulta que la máquina de café está estropeada. He vuelto al laboratorio de la caftera misteriosa del café púrpura, pero la jarra estaba vacía. 
Nunca hay nadie en ese laboratorio, ¿por qué será? Me he llevado una muestra de poso de café. Creo que Ángela, que trabaja en compuestos orgánicos, podrá pasarla por el cromatógrafo de gases...


sábado, 20 de abril de 2013

Presentación y aviso

Este blog estará compuesto casi en su totalidad por ediciones revisadas de algunas de las notas que tomé durante mi estancia en GeneSys hace un número de años menor de quince pero mayor de cuatro. Si no parecen lógicas o siquiera creíbles, recordad que lo que es lógico y creíble no es siempre lo que uno cree. 
Este es, copiado tal cual, el primer archivo de notas que conservo. Imagino que en su día lo conservé para ir añadiendo cosas como una especie de diario (es un .txt sin más), pero luego la realidad tomó el volante.

Llevo aquí seis meses y por fin hemos conseguido que la sala de ordenadores nos permita acceso completo a Internet; hasta ahora sólo teníamos intranet y correo electrónico. Tampoco es que se echara de menos Internet, la verdad... los chicos de Sistemas han montado unos juegos increíbles usando Finux y dos viejos Spektrum+ de 64 Kb. Creo que por fin nos han dejado acceso a Internet porque están trabajando en la patente. 



***
Las opciones de entretenimiento en GeneSys son más bien limitaditas. Tenemos el centro comercial, a unos 40 kilómetros (en GeneSys se usa el sistema métrico y no creáis que no es motivo de frustración para muchos). El centro comercial se llama Glitter Cave, hace justicia a su nombre, y es el centro habitado (pero no habitable) más cercano. En el campus en sí, una de las iglesias secundarias ha sido convertida en una especie de bar-restaurante con todo el encanto y atractivo de una fosa común. Aparte de eso... um, creo que no hay nada más aparte de eso. Se puede ir a poner una pintada en Las Manos. 


***
Está prohibido publicar fotos de las
instalaciones de GeneSys.
Las Manos son más o menos así,
pero a lo bestia y más sucias.
Me acabo de dar cuenta de que no he explicado qué son Las Manos. GeneSys está en los terrenos de lo que fue una de esas enormes ciudades-iglesia que algunos telepredicadores se montan cuando quieren desgravar los impuestos que no pagan y les sobran dos o trescientos milloncejos de dólares. El resultado son monstruosidades como esta Ciudad de la Oración: un recinto amurallado del tamaño de dos campus universitarios sanotes, que contiene una iglesia enorme y dedicada a San Hormigón (ahora centro de conferencias, salón de actos y sala de banquetes), varias iglesias y capillas secundarias, un hospital de 150 camas, y por en medio parterres y jardincitos, ahora totalmente abandonados. 
La característica más distintiva del campus, aparte de la silueta de la iglesia principal, son dos enormes manos de piedra en actitud de oración. Deben medir seis metros, y originalmente eran blancas, pero poco después de que Retribution Roberts quedara en bancarrota y la Ciudad de la Oración fuera abandonada, alguien empezó a pintarlas de negro, no sé por qué. Y tampoco sé por qué no terminó el trabajo, de manera que sólo una de las manos es negra. 
Se ha convertido en costumbre aquí dejar rotuladores de gel, negros o blancos, al pie de Las Manos. Cuando la gente se aburre viene y pinta o escribe algo: en blanco en la mano negra, en negro en la mano blanca. La cosa va a buen ritmo, y dentro de poco, a distancia, ambas manos parecerán grises. Si la cosa sigue así, finalmente la mano negra pasará a ser blanca, y viceversa.
***
Acabo de darme cuenta de que inventé Twitter sin darme cuenta. Anotaciones de un solo día:

23:32 He ido a por un café. Se supone que la cafetería está abierta 24 horas, per me la he encontrado cerrada por, cito, inundación de líquido refrigerante. ¿Qué es esto, un coche?

23:51 El restaurante está abierto, pero tienen la cafetera estropeada.
00:12 Y la máquina expendedora requiere cambio exacto y no tengo suelto.
00:27 Hay una cafetera en uno de los laboratorios que aún están abiertos a estas horas, pero no me atrevo. El café tiene un curioso tono púrpura. Y grumos.
00:28 Me voy a dormir.